sábado, 29 de abril de 2017

Iniciativa

Camino por la calle, voy buscando aunque dejo que suceda: yo no busco, ellos me buscan. Voy viendo el panorama y paso frente a una vidriera, entonces veo mi reflejo de reojo. Esa soy yo: alta sobre la media de mujeres en este país, con el cabello obscuro y lacio, vestida de negro con detalles en morado, maquillaje discreto, sólo lo justo para ser notada, para atraer a un sector en específico.

Entonces, de pronto lo veo y siento que la búsqueda, al menos por ahora, ha llegado a su fin. Es un hombre joven, es todo lo que alcanzo a ver, me llama la atención su porte y algo más, el tatuaje que asoma de su brazo izquierdo. Es alto y delgado, se nota aunque este sentado, el resto del detalle se verá cuando se acerque. Porque lo va a hacer y no solo eso, también va a intentar una conquista, aunque él no sabe que yo soy la que conquista.

Yo sigo caminando, viendo escaparates, tendiendo el hilo para una de las mejores cazas en mucho tiempo. De pronto, el anzuelo pica, me ve y se que ya no hay vuelta atrás, el juego ha comenzado. Dibuja una muy leve sonrisa de lado y yo finjo no verlo. Entonces se levanta de la mesa en la que deja un billete y un café a medio tomar.

Sigo avanzando, lento pero calculando mentalmente el tiempo que le va a tomar alcanzarme. Y sonrio sin que me vea, sólo para mí.

Mi mente se distrae un poco: no entiendo a esas mujeres tristes y grises que viven la dificultad de atraer a un hombre. Nunca he tenido problema en todo este tiempo. Tal vez, porque siempre he sido yo la que pone las condiciones, dejándolos a ellos en la fingida idea de que son los que emprenden. O tal vez porque soy, a pesar del tiempo, de las pocas que ha dedicado empeño a ese fino arte que en otra vida no practicaba.

En ese momento me alcanza, es rápido. Me regresa a la realidad y me aborda con el pretexto​ de preguntar por un bar cercano. Entonces le sonrio y miro a detalle. Está dejando atrás los últimos detalles de la adolescencia, sólo queda una leve sombra en su cara. Pero también hay algo que dice que es mucho más maduro de lo que su edad dice. Tiene los ojos verdes y el cabello fino pero ondulado sin llegar a ser rizado, el rizado no me gusta. Y los labios, son como pocos los tienen, finos y delicados con un toque rojizo dado por la sangre joven que late en sus venas.

Yo sonrio y después de una breve pausa, que puede ser una de las tantas eternidades que me toca vivir, le respondo: hoy estás de suerte, voy a dejar que me invites una copa en el bar...