domingo, 5 de noviembre de 2017

No retorno

Encontrarte en la calle, esa que tantas veces nos vio cruzar caminos. Por fin te armas de valor y me saludas, algo en ti ha cambiado: estás por fin decidido a avanzar sin pensar en las consecuencias. Entrar a la tienda y pedir un chocolate, de esos que son para niños y vienen en envoltura de colores, pagar y ver cómo estás nervioso. Salir a la calle y tú bajar de la banqueta. Caminamos un poco de regreso, solo hasta donde yo quedo un poquito más alta que tú. Sonreír y comer el chocolate, lentamente: es dulce, un poco pequeño, pero con un sabor marcado. En todo ese tiempo no dejamos de mirarnos a los ojos. Las miradas dicen tanto en tan poco tiempo. Tus ojos brillan y las pupilas se dilatan. Intuyo que es lo que quieres, así que lentamente levanto mis brazos hasta rodear tu cuello y acercarnos más. No hay rechazo de tu parte, se acelera tu respiración y entreabres la boca. Yo, volteo a verla por una fracción de segundo y después vuelvo a tus ojos. Veo las ganas, la expectativa, la confirmación para por fin, después de toda una vida, poder besarnos. La calle está sola, no hay nadie y no lo ha habido en esta pequeña eternidad que nos aísla para poder hacerlo. Así que lo hago. Siento tus labios, suaves, carnosos, pero inexpertos. Yo sólo hago lo que se hacer con los míos. Eso abre todos tus sentidos e instintos dormidos. Eres como una flor que ha estado dormida y que por fin que abre en botón. Eso me gusta y sorprende al mismo tiempo. El beso no dura tanto y no es tan pecaminoso como yo hubiera querido. Vienen señoras caminando por la calle, las escucho, así que nos separamos y fingimos la plática, aunque tú algo rígido por lo que acaba de suceder. Yo volteó a verlas y recibo miradas incriminatorias: todos conocen tu condición, ella se ha ido. Así que me encaminas a la parada del camión y nos separamos sin decir nada.

-*-

Voy caminando por el pasillo y te veo en bata en tu cuarto. Junto a ti esta un pequeño de los 2 que tuviste con ella. Está despierto y sale hacia el baño. Entro con cualquier pretexto tonto y cierro la puerta. Todos los demás en la casa están en la planta baja y además, ocupados. Te recorro con la mirada y te pido permiso para decirte algo. Sólo asientes con la mirada. Entonces te indico que te sientes en la orilla de la cama y empujo suavemente tu torso hacia atrás, hasta que quedas recostado. Me subo sobre ti, a horcajadas. Siento como tu cuerpo se tensa, como todos tus sentidos están alerta, veo tus pupilas dilatarse, tu boca entreabierta y la respiración entrecortada. Yo me inclino para hablarte bajito mientras miro tu cara, pero antes de pronunciar cualquier palabra, te me adelantas: estoy a tu voluntad, haz conmigo lo que quieras...

Ha sucedido, por fin, después de un cuarto de siglo esperando.