Yo no ponía resistencia, no me espantaba, secretamente me regodeaba de felicidad, pero no de la que te ahoga, sino de la que te da paz y plenitud.
Tener la certeza de pertenecerle no hacía otra cosa más que reforzar mi existencia y querer que las cosas fueran así.
En un momento yo lo decía claramente: no sé si sea porque es vampiro, pero lo amo tanto que sin duda moriría por él.
Era una relación para la eternidad, pero también era algo para el mundo presente y terrenal. Hay una acción de cariño y pertenencia también de él hacia mi que combate uno de mis temores más profundos. Y una declaración sería de lo que éramos, explicado de la manera más simple al resto.
Aún así su ausencia se sentía dolorosa, como estar incompleto y sabiendo que el otro, aún sin estar presente, existe y es un imán que irremediablemente atrae.