viernes, 3 de septiembre de 2010

Rouge

Siempre he querido encontrar un cadáver en el baño. Uno hermoso, uno de una mujer a quien la muerte le siente bien.

Cada que abro la puerta para entrar al sanitario, espero con todas mis ganas poder verla ahí; lo hago con todas mis expectativas, con un pequeño vuelco en el estómago, con un aguantar la respiración para recibir la sorpresa, la enorme sorpresa:

Encontrarla sentada, descansando junto al retrete, con la expresión de una sonrisa que más bien es del último aliento de vida. Me gustaría que nadara en un hermoso charco de sangre fresca, que fuera de un profundo carmesí, como el rojo de los pétalos suaves y tersos de un clavel.

Hasta el momento no la he encontrado, pero no me desanimo, yo espero que algún día, común y corriente, la encuentre. Lo he imaginado tantas veces, que ya de cerrar los ojos e imaginarla la puedo ver; incluso he llegado a visualizarla a ella y la ropa que lleva puesta:

Será una mujer rubia, cabellos ondulados y del color de la arena, tendrá la piel blanca como la leche -muy buen contraste con el rojo clavel-, estará maquillada perfectamente, los ojos, la boca, las cejas, las mejillas, un cuadro perfecto.

En cuanto a la ropa, llevará puesto un sencillo vestido blanco, de manga corta, botonadura al frente y a la rodilla, con cuello en V.

Y finalmente, yo al verla me quedaré extasiada, ahí de pie: sin un gesto, sin una palabra, simplemente admirándola. Y no podré reaccionar al ver tanta hermosura y perfección juntas, el momento quedará grabado en mi memoria para siempre, porque así ha sido siempre para mí con las cosas hermosas.

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