miércoles, 9 de enero de 2013

P8

Hay recuerdos de la prepa, varios.

Cuando entré al mundo desconocido, de la libertad de entrar a clase o no. De hacer amigos o no. De elegir o no. Al principio fue tan caótico: extrañaba la jaula. Varias veces pedí regresar, porque el nuevo panorama era muy amplio.

Hice varios amigos ahí. Al final, siempre si fue divertido, pero sobre todo muy enriquecedor.

El último año fue el que más me gustó de estar allá: juntabamos dinero y nos ibamos a las maquinitas de otoño o a las que estaban sobre centenario. Ibamos a mixcoac de pata de perro, incluso al billar.

Había de todo tipo de profesores: el que regalaba puntos por ir a comprarle cigarros, el que hablaba y hablaba, el que te ponía a pensar, el guapo.

Me gustaba mucho cuando entrábamos a la alberca, era genial sólo ir a remojarse un rato sin hacer nada.

Ibamos a ver zapatos a la zapatería de la esquina, a comprar pezcuecitos a la rosticería, a comprar chocolates a la fábrica de la calle de atrás. Los martes se pone un mercadito afuera, eran muy ricos los esquimos. Por las tardes-noches había un puesto de hamburguesas al carbón, muy ricas.

Me daba miedo cuando iban los porros, ahí vi por primera vez explotar un petardo, nos sacaban a la calle por la puerta de atrás o la que da al deportivo. 

Ahí hice trampa en un examen y me pescaron, me gustó tanto una materia que iba a buscar al profesor nomás para que me recomendara más libros. También ahí me di cuenta de que tan mala persona era: cobarde, sin opinión propia -aún estoy intentando construirme una-, borrego, aunque duela reconocerlo.

No cambiaría nada, porque eso es la antesala de lo que ahora esta cambiando en mi, más de 10 años después, apenas estoy corrigiendo eso, apenas estoy tomando el valor para pasar de la adolescencia a la adultez, con el respectivo dolor que conlleva.

Cuando lo recuerdo, parece que fue en otra vida, hace tanto tiempo. Gracias P8.




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