domingo, 19 de abril de 2009

No porqué no se te da, hay que dejar de intentar

Caídas a lo largo de la vida, muchas, algunas son más dolorosas que otras, algunas más productivas que otras -buscandoles la sabia enseñanza, si es que la tienen-, pero siempre son una constante.

Hoy por ejemplo dos de un solo golpe. ¿Nuevo récord? No para nada, han habido días peores -y eso hasta cierto punto es reconfortante y hasta otro punto, desolador-. Y la típica pregunta sale a flote: ¿Estas molesta? Si me conocieran realmente un poquito de lo que dicen conocerme, la respuesta se obviaría, pero no.

No porque las cosas no salgan como una las planea, como una las espera, como una las idealiza -acá tal vez esta el enorme error- hay que dejar de intentar. Suele ser desesperante, deprimente, consumidor de recursos como tiempo, dinero y esfuerzo el intentar algo, poner la fé en alguien, esperar algo... y que resulte que siempre no. Molestía, tristeza, resentimiento ocupan -y con creces- el lugar que antes ocupaba esa esperanza, ilusión o fé... Y aún así no hay solución milagrosa: hay que agarrar piedras -como me dice un amigo-, hacer de tripas corazón, intentar levantarse, sacudir el orgullo empolvado por la caída y volver a intentar.

Cuando todo parece ir peor, cuando las cosas parecen venirse encima, cuando el camino parece no tener señalamientos, generalmente hay una luz que nos guía, un ideal más fuerte que lo que se ha perdido, algo más grande e importante que lo que se nos escapa de las manos. Es entonces cuando poco a poco se vuelve a la calma, se recupera la serenidad, se cuenta hasta 10 y se vuelve a empezar... con la esperanza de que la próxima vez no habrá caída.

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